Las emociones siguen siendo un tabú
En general, las emociones en el trabajo siguen considerándose enemigos a los que hay que combatir. La empresa es a menudo el lugar donde el empleado, el gerente o el director deben ser «serios», en total control de lo que sienten. Sentir emociones y mostrarlas se considera un signo de debilidad. Hay que aprender a reprimir las emociones, a mantener la imagen del hombre o la mujer fuerte que resiste todo, especialmente el estrés y la presión. Algunos jefes pueden incluso tener una norma de gestión como «no te dejes conmover». O decir: «Gracias por dejar su estado de animo en la puerta de entrada del trabajo». Como coaches, sabemos que no hay un muro estanco entre la vida personal y la profesional y que las emociones son parte integrante de nuestra personalidad
En la vida personal, «un hombre no debe llorar». Este viejo adagio sigue corriendo por los patios de las escuelas, ya que las viejas creencias están arraigadas en nuestra cultura.
Cuando las emociones son nuestras amigas
Sin embargo, nuestras emociones también pueden ser nuestras amigas al indicarnos que una de nuestras necesidades no está siendo satisfecha. En este caso, las emociones son preciosas aliadas a las que hay que escuchar: por ejemplo, si alguien te critica, puede surgir una emoción de ira cuyo origen se encuentra en la falta de reconocimiento.
Entonces, ¿debemos expresar, mostrar, ocultar o aprender a gestionar nuestras emociones?
Se necesitan tres habilidades básicas para acoger las emociones y atender las necesidades que sacan a la luz:
- la capacidad de acoger nuestras emociones
- la capacidad de reconocer nuestras necesidades
- la capacidad de actuar para satisfacer estas necesidades.
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